Todos...somos ese viejo.


Joan Manuel Serrat escribió hace más de dos décadas una canción sobre lo duro que es llegar a viejo y concluía que hacerse mayor sería más llevadero si todos entendiésemos que, durante toda la vida, todos «llevamos un viejo encima». Todos aspiramos a vivir mucho, aunque la vejez nos asuste. Todos queremos envejecer negándonos a ello. Ante el deterioro físico miramos a hacia otro lado porque esas arrugas que vemos ahora serán las nuestras mañana. Miramos a los ojos de los ancianos porque, en realidad, la mirada que nos devuelven es la nuestra. Todos queremos apurar al máximo el paso por la vida a pesar de que vivir sea sufrir y nadie nos dé garantías de felicidad. Llegar a sumar muchos años es una aspiración y una carga. Ser mayor es también una conquista, no haberse dado por vencido ante los repechos de la vida, haber bailado y llorado, haber sido capaz de cargar con el pasado y el presente sin renunciar al futuro y poder decir eso de «que nos quiten lo bailado».



Cada 1 de octubre celebramos el «Día internacional de las personas de edad» y hacemos votos para que llegar a la tercera edad no signifique viajar por el final de vida en tercera clase. Cada día, como el de ayer, volvemos a pedir visibilidad y apoyos para quienes hoy ocupan el espacio al que aspiramos a llegar en la pirámide demográfica. Hacemos votos y reivindicaciones pensando en otros cuando, en realidad, que nosotros seamos uno de esos mismos mayores sólo es cuestión de tiempo y suerte, de ser respetados por el tiempo y la enfermedad.

Hemos construido una sociedad en la que llegar a la vejez es más fácil que hace medio siglo. Hay más medios para seguir vivos. La medicina, la ciencia, la alimentación, la forma de trabajar, la duración de la vida laboral, la calidad de la vivienda o las prestaciones sociales, han conseguido dar más años a la vida. Lo que nos queda ahora es la responsabilidad de saber cómo dar más vida a estos años. España tiene casi 8 millones de habitantes de la tercera edad que serán más de 11 millones en 2030. Asturias será para esa fecha una de las comunidades más envejecidas de España, con una alta tasa de dependencia y menos población que en la actualidad. Ese anciano que ahora llevamos más o menos solapado va a necesitar entonces todos los recursos posibles; unos recursos que no van a existir si quienes ahora pueden administrar el dinero público recortan los recursos destinados a fines asistenciales. La tramitación de la ley de Dependencia es otra de las urgencias que desde nuestra defensoría ya hemos subrayado con insistencia. No es de recibo que algunas personas mueran esperando recibir una ayuda que es urgente y evidente. Los cambios políticos no pueden ser una disculpa para frenar una acción urgente y prioritaria. Ser anciano es pasar a formar parte de un sector vulnerable que debe contar con el apoyo incondicional de los poderes públicos y la vigilancia estricta de las defensorías del pueblo. A ello se compromete un año más la que yo encabezo.

Vivimos la sociedad de lo inmediato, de lo nuevo, de lo vistoso, del afán por la rentabilidad económica y vital. El tiempo es oro y la juventud no tiene precio. Hemos sido capaces de crear cuerpos de molde perfecto que se cortan por la línea de puntos y estamos creando también estados y sociedades en los que lo que se recorta por la línea de puntos son los gastos sociales. Los bordes están marcados por entes abstractos como los mercados para quienes la vida tiene valor de mercancía y la experiencia se hace materia prescindible. No es éste un mundo para mayores. En medio de esta forma de vivir lo viejo no es bello, ni rentable. Elogiamos de las personas de edad una sabiduría que apenas nos detenemos a escuchar. Les creamos espacios para que no invadan los nuestros y aumentan de manera alarmante los abandonos y maltratos. Hoy es un día para reflexionar sobre las actitudes de toda una sociedad que tiende a confundir la modernidad con el desprecio por lo antiguo.




La vejez ha de ser un tránsito apacible y con las necesidades cubiertas. Con unas pensiones dignas, con unos servicios asistenciales que estén a la altura de las necesidades, con unas ciudades accesibles en las que ser mayor no sea una maldición. Nadie está entrenado para ser viejo, aunque nadie renuncia de mano a serlo. Todos deseamos llegar a esa edad con salud, vigor y autonomía, ser ese anciano de sonrisa tranquila que disfruta de su último tiempo con paz. Todos somos ese viejo. El pasado sábado fue el día de todos los mayores y también el nuestro.








Fuentes:
Maria Antonia Fernández Felgueroso
Ángel Corbalán

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